30 de Mayo 2008

100 libros: El libro negro.

Kara Kitap, El libro negro
de Orhan Pamuk, 1990

Cêlal Bey es un abogado común y corriente de los que abundan en Estambúl. Acostumbrado a tratar casos catastrales, no espera ya demasiado de su vida, asumiendo su rol en la sociedad como algo inalterable a estas alturas. Estambúl, a cada paso de Cêlal por las calles recorridas miles de veces, le confirma sus sospechas como algo que no debe dudarse, un futuro ya escrito en la rígida estructura social turca, hija bastarda del matrimonio entre oriente y occidente.
Un día su esposa Rüya desaparece sin dejar rastro, y Cêlal, conflictuado por esta broma del destino, decide encontrarla. Rüya para él representa lo único que en realidad ha valido alguna vez la pena, Su único incentivo para llevar aquella rutina asfixiante, aquél estratagema oxidado e inalterable. ¿Donde está Rüya? ¿fue secuestrada? ¿es un juego? ¿volvió con su primer esposo?
Si quiere que todo lo que ha construido a su alrededor no se derrumbe, si no quiere enloquecer por completo, Cêlal debe averiguar su destino, aunque este sea no verla nunca más.

El Libro negro, de Orhan Pamuk es una de las mejores novelas contemporáneas existentes, sin duda un nuevo asistente a las estanterías de la literatura universal de todo el mundo.
El autor, ganador del premio nobel de literatura en el dos mil cinco, hace del personaje principal un reflejo del verdadero protagonista de esta obra: la ciudad de estambúl, con sus barrios finos y sus callejones peligrosos, con sus templos históricos y sus edificios grises y cuadrados donde la gente sus vidas. Así, desarrolla un juego de personalidades distintas donde se pierde la cara y la identidad. Cêlal, en algún momento, deja de saber quién es y quién quiere ser, como cualquiera de las megápolis tercermundistas en donde vivimos, donde el contraste entre una riqueza mórbida y la paupérrima pobreza termina por ser nuestro habitat natural. Estambúl nos presenta túneles oscuros y olvidados que esconden el concepto de una identidad turca para poder hacer frente a la occidentalización impuesta por un mundo cada vez más uniforme, donde las fronteras trazan divisiones políticas y no cosmovisiones distintas, ni tradiciones, ni historias, ni ninguna singularidad. Estambúl, antigua capital del Imperio romano, guarda en sus entrañas retóricas la esencia de lo que hace a Turquía heredera directa del cristianismo temprano y el imperio árabe más extenso y longevo de la historia. Resulta imposible ignorar las cicatrices de grandeza dejadas por haber sido relegada a segundo plano, por haber sido abandonada por su propia "Rüya" (que, significativamente, en Turco es la palabra para "sueños"). La Estambúl en donde millones de personas cuentan sus historias, mezclan sus caras, honran a sus antepasados con cada una de sus expresiones, con cada uno de sus deseos y frustraciones.
Una novela de tintes detectivescos, pero sin caer en ese género lleno de clichés. Una novela que, aunque parezca de misterio, resulta ser más bien la descripción poetizada de la gente a través de su espacio físico, de la ciudad como consecuencia directa de sus habitantes y no viceversa.

¿Porqué resulta importante para cualquier pseudointelectualoide barato? Antes que nada, el autor es ganador reciente de un premio Nobel, y en cualquier conversación citar a un premio Nobel otorga credibilidad no sólo a la cita, sino también al usuario de esta y es credibilidad permamente.
La relación existente entre la Estambul de Pamuk y las megápolis Latinoamericanas donde la toponomía toma una identidad y se vuelve un personaje con quien tenemos interacción directa es oro molido; teorizar acerca de "la ciudad cómo un organismo vivo, conciente y autoregulado" en la mayoría de los casos resulta beneficioso, pues es un tema recurrente e interesante, además claro, de vácuo; perfecto para el círculo de personas al que nos dirigimos.
El ambiente del tercermundismo también tiene un potencial inusitado: ¿La pobreza marca la geografía citadina? ¿Se encuentra en la vastedad de caras un caldo de cultivo propicio para la interacción social o promueve el aislamiento del sujeto como individuo? ¿Los núcleos familiares se vuelven más cerrados ante el embate de la masividad? Al final... ¿Vivir en una metrópolis nos marca a nosotros, o nosotros marcamos a la metrópolis?. Estas son preguntas que el lector habrá de formular durante la tertulia en turno, para así dar la impresión de profundidad que buscamos.
Por último, y a manera de pilón, aconsejo prestar especial atención a las fábulas orientales que pueblan el libro y de ser posible memorizarlas, para luego poder soltar "perlas de sabiduría oriental" sin mayor propósito n significado, pero que impresionan mucho.
A fin de cuentas, esta es un must, porque además de ser utilísima para pretender, es una novela interesante, divertida y de amena lectura. su humilde servidor la ha colocado como una de sus novelas favoritas independientemente de su valor pseudointelectual pose, así que personalmente la recomiendo.
He dicho.

Escrito por Rho NivonoG a las 10:43 PM | Comentarios (3)

21 de Mayo 2008

Gabo

Cuando aquél amigo de la infancia me citó en un café del centro de la ciudad, en realidad no sabía qué esperar. Es cierto que no lo había dejado de ver desde la preparatoria y por lo tanto no se trataba de ningún reencuentro emotivo; aunque trabajábamos juntos, también es cierto que, cuando me llamó por teléfono para concertar la cita, su voz estaba quebradiza y no parecía hablar del trabajo; la entonación con la que se dirigía a mí evocaba las tardes lluviosas de Durango, nuestra ciudad natal. En cualquier caso no tenía razones para rechazar el encuentro, así que lo que restaba del día me dediqué a girar las ordenes necesarias a mis subalternos para que pudieran continuar con sus labores a pesar de mi ausencia.
Al llegar al restaurante, mi amigo ya estaba ahí, meditabundo, sin prestar demasiada atención al mundo que le rodeaba; mi preocupación creció: ¿pasaba algo malo? Su madre había tenido problemas de salud en las últimas semanas y temí que tal vez me daría la mala noticia de su muerte. Me senté alterando su ensimismamiento y me saludó entonces con un entusiasmo inusitado para quienes se ven la cara por lo menos una vez por semana. Intercambiamos las cortesías pertinentes e inmediatamente después mi mirada inquisitiva lo obligó a pasar directamente al grano:

- el fin de semana estuve en Durango, paseando. Últimamente, conforme se acerca mi cumpleaños número sesenta, mi cabeza regresa cada vez más frecuentemente a la juventud, ¿sabes? Es interesante cómo muchos recuerdos guardados en recónditas esquinas de la memoria fluyen a la superficie impulsados tan sólo por el tiempo y la vejez... como si con cada año que pasa la lampara de tu conciencia alumbrara más, dejando así pocos rincones oscuros dentro de tu cabeza... o como si las paredes de la casa de tu mente se derrumbaran como una construcción abandonada hace ya mucho tiempo.
Caminé por las calles trayendo a cada momento recuerdos de la secundaria y la prepa. ¿recuerdas cuando peleamos contra los del tecnológico junto al kiosco, frente a catedral? ¿recuerdas los burritos de la cremería Durango que comíamos al salir de clases? Yo no puedo olvidar la cara de Remo -nuestro maestro de física- cuando llegó a sus oídos la noticia de que nosotros sus peores alumnos salíamos con su hija. Tantas experiencias dejadas de lado por un vacuo deseo de salir adelante... pero... es correcto ¿no?... No podemos quedarnos atrapados en una época, por más hermosa que ésta haya sido, por más profundas que sean en nuestra piel las cicatrices dejadas por incontables peleas a favor de nuestros ideales. Solo puedo rememorar la cara de los policías municipales, mirándonos con desprecio cuando tomamos la mina del cerro del mercado. Solo puedo reconocer la obra de jóvenes comprometidos con sus ideas, marchando al son de un mundo en donde haya más oportunidades para todos. Solo puedo pensar ahora en las caras de tantos viejos, qué han olvidado todo por lo que lucharon, que fueron endorsados junto con escritorios nuevos y vendidos a aquellos que tanto odiamos tan solo unos meses antes. ¿porqué olvidamos eso, Alfonso? ¿porqué olvidamos quienes eran los enemigos y quienes eran los amigos? ¿porqué abandonamos Durango, ese lugar que tanto luchamos por mejorar? A veces, cuando cerraba los ojos, veía las fiestas, y los discos, y los pupitres, y las muchachas... todo eso dejado atrás.

-bebió un poco de agua y detuvo al mesero. Ordenamos nuestros platillos (que por cierto, a mí me parecieron copiosos para la ocasión) y mi amigo continuó charlando.

-uno de esos días consumidos por la nostalgia, fui a recorrer asilos buscando uno para mi mamá que, como sabes, ha estado teniendo problemas graves de salud... en realidad su edad no le ayuda y no creo que esté mucho tiempo más con nosotros, así que he decidido brindarle lo mejor en sus últimos días, para que pueda morir en tranquilidad.
Recorrí Todo tipo de Asilos, encontrando siempre algo que me hacía creerlo no merecedor de mi madre e impulsándome a tacharlo en la lista y dirigirme pues, al siguiente. Ojalá todo hubiera sido tan sencillo como buscar un lugar decente, pero dios sabe que lo que me esperaba rayaba fuera de toda cordura y sería capaz de empujar a cualquier hombre más allá del lugar seguro en el que se ha establecido su psique. Debí haberlo presentido cuando una oscura nube se posó sobre el edificio del Asilo santa Cecilia, transformando ese palacio colonial en la sombría guarida regional de los inquisidores españoles que en otros tiempos albergó, pero mi cabeza está demasiado desconectada de lo que en realidad importa y me he vuelto insensible a las advertencias del destino.
Al principio todo fue como en cualquier otro de los lugares que había visitado; unas enfermeras amables, tratando de venderme un servicio con su mejor cara, bestias hambrientas de mi dinero. “sí señor, aquí amamos a los viejitos” decían, “tenemos toda la tecnología de última generación para atender a su querido familiar”, articulaban con sus labios llenos de mentiras aseveraciones que ni siquiera ellas creen ciertas. Rumbo a los cuartos, los pasillos asépticos confirmaban a mi oído la tristeza general que se sentía en el aire. Observé las instalaciones sin ningún interés, como quien ya no tiene nada que perder. Había señoras ancianas y hombres conectados a respiradores artificiales. Había gente sin vida en los ojos, pero que caminaban de un lado a otro apoyados en andaderas metálicas con sus cortos pasos y sus inseguros temblores.
Caminaba entre tanta decadencia cuando escuché un grito, apagado, cenizo y del que no pude descifrar su origen, diciendo mi nombre.... “¡José!.... ¡¡José!!”.
El doctor que me acompañaba, de inmediato corrió sobre el pasillo y entró en una de las habitaciones que habíamos visitado. Dubitatívamente al principio, lo seguí, intentando que mis pasos fueran firmes a pesar del miedo que me consumía.
Ahí, en una cama, alumbrado con la mortecina luz que entraba por la ventaja, había un viejo conectado a un aparato, mirándome fijamente. El doctor se dirigió hacia él, revisando sus signos vitales mientras que yo no me podía sacudir su mirada. Sin querer, encontré sus ojos y entonces comprendí todo. Como si me perdiera en las profundidades de sus nebulosas pupilas, sentí estrellarme contra el suelo de los recuerdos; Gabo, quién me prestaba su bicicleta porque los reyes magos sí llegaban a su casa con bicicletas, y no con los carritos de cascaroletas que hacía don Chuy que me traían a mí. Gabo, quién nos invitaba a su casa a organizar la toma de la prepa. Gabo, carajo.
Apenas podía hablar, su voz parecía más un gemido que la de aquél chico robusto y moreno que era nuestro amigo en la escuela. A pesar de que no dijimos mucho, todo quedó establecido dentro de nuestros corazones. Cuando le tomé la mano y prometí que lo iría a visitar y que no lo olvidaría, me soltó, se señalo a si mismo y luego hizo un gesto, enloquecido, señalando con su pulgar hacia el suelo... yo rompí en llanto, olvidando por completo el protocolo caballeresco que se supone debemos de seguir... pero rezando por un amigo entre sollozo y sollozo.
Se acordaba de ti Alfonso. Le dije que te seguía viendo e hizo acercar mi oído a su boca, entonces te mandó un mensaje: “dile que se acuerde de la película”. Y listo. Luego no dijo nada más... yo mojé su bata con los algarrobos de lágrimas que brotaban de mis ojos. Al salir, el doctor estaba sorprendido y mientras me acompañaba a la puerta principal me comentó que Gabo desde hacía nueve meses, cuando lo internaron, no había hablado...

Cuando mi amigo terminó de hablar, las lágrimas habían regresado a su rostro, escurriendo por sus ojeras hacia la nariz y terminando extraviadas en las comisuras de sus labios. Él me observaba con una cara de triste ternura que abría camino hasta mi corazón, exaltado por tan emotivo momento.
Yo también recordaba a Gabo, pero con menos sentido del querer, supongo... tan sólo me molestaba ese enigma planteado, hacía algunos días, con mi nombre escrito en él: “dile que se acuerde de la película”.
El cine siempre fue mi fascinación y ahora que me dedico a filmar, las películas pueblan por millares mi cabeza ¿a qué película se refería Gabo? Hasta donde mi memoria reconocía, nunca filmé nada con él, tomando en cuenta que cuando lo dejé de ver ni siquiera había comenzado mis estudios profesionales. Toda esa tarde estuve evocando los filmes de mi adolescencia, buscando una referencia minúscula que me indicara la solución a tan siniestro saludo.
Al anochecer, dando vueltas en la cama, seguía sin poder conectar los hechos y los recuerdos. Recorrí de cabo a rabo los sets de las películas de vaqueros que conocí cuando tuve 15 años, repasé los encuadres de los momentos que juré que nunca olvidaría, y nada. De pronto la cara anciana de Gabo, que por cierto desconocía, me lo dijo todo. “recuerda la película”...
Era 1971 y estábamos todos en la preparatoria de la universidad Juárez de Durango. El cocacolo había destruido unos camiones del tecnológico y ahora venían las hordas porriles a cobrar venganza. Como yo era un líder estudiantil, el rector me mandó llamar. “Alfonso -me dijo- no quiero tener un incidente, por favor saca a los estudiantes de aquí. Eviten la confrontación, porque ellos vienen armados y no podemos permitirnos el lujo de tener heridos de bala en la prepa; toma este dinero y lleva a todos los que puedas al cine, aléjalos, por el amor de dios”, me dio un fajo de billetes y entonces salí de la oficina. Por un lado no me apetecía obedecer a la autoridad, pero por el otro era cierto que, si ellos venían armados, nosotros deberíamos escapar... quién sabe de qué podían ser capaces los del tecnológico, así que me dirigí a evacuar la prepa. Mi experiencia manejando masas estudiantiles era buena, por lo que no representó demasiado trabajo para mí y algo más de una hora después, tenía a la mitad de la prepa en la gigantesca sala del cine Luxor, esquina de Patoni e Hidalgo. La película era española y retrataba, como no podía ser mejor, un par de preparatorianos republicanos que lucharon por la misma causa, y luego se encontraban , años después, maltratados por la vida. Y se abrazaban. Y recordaban la guerra. Y lloraban.
En algún momento de la película, Gabo, que en ese entonces era de mis amigos más cercanos, se me acercó y me dijo “Conejo, tú y yo somos como ellos... Si en algún momento nos dejamos de ver y nos separamos, solo... acuérdate dela película, porque siempre regresaremos el uno al otro... porque somos así, amigos”. Luego me abrazó.
Cuando todos esos recuerdos se agolparon en mi mente, no supe qué hacer. Veía el oscuro techo de mi cuarto, iluminado apenas por las luces rojas del despertador. Un gran nudo comenzó a nacer en mi garganta y me sentí enfermo de tristeza. Luego volvió la cara de Gabo, anciano, calvo, delgado, horroroso, a punto de apagarse. Sus ojos evocaban la muerte con los extremos apuntando hacia la tierra, su última morada. Su voz quebradiza y su piel color gris pedían piedad a gritos, pedían descanso eterno. Pero tenia una sonrisa cómplice, que me me dirigía solo a mí.
Pronto morirá y yo no podré verlo. Recuerdo a los protagonistas de la película, abrazándose y recordando. Yo recuerdo solo. Nunca más abrazaré a Gabo. Demonios.
¿porqué no todo es cómo en las películas?

Escrito por Rho NivonoG a las 7:08 PM | Comentarios (1)

19 de Mayo 2008

100 libros: El gran Gatsby

"The great Gatsby" de F. Scott Fitzgerald
1925, Estados Unidos

Nick Carraway, recién llegado a la pudiente comunidad de West egg en Long Island desde el medio oeste norteamericano, es ajeno a las costumbres de la aristocracia local acostumbraba a carecer de interés por algo que no sea la superflua vida despreocupada que puede otorgar el dinero. Rápidamente su inocencia mezclada con su mala suerte, lo colocan en el ojo de una serie de problemas ajenos, donde se ve convertido en el confidente de más de uno de sus conocidos, lo que lo conduce a fin de cuentas a ser testigo de una tragedia mayúscula. El mayor mérito de la novela es que nunca deja de ser una historia ajena; una historia que llega nosotros de segunda mano, donde el protagonista del libro tuvo un nivel más bien de espectador, con la impotencia que esto conlleva ante el desarrollo general de los hechos.
En esta obre cumbre le la literatura norteamericana quedan reflejados de una manera más o menos fiel los años veinte del siglo pasado, donde a pesar de pertenecer a “la modernidad” siguen siendo asumidos modelos sociales hoy arcaicos como la segregación racial y que la diferencia de clases sea un factor determinante para la vida social. Resulta una buena fuente acerca de las raíces de la idiosincrasia clasemediera, pues la cultura neoyorquina es uno de los tres pilares fundamentales en los que se basa la personalidad de cualquier chico que haya crecido con la televisión estadounidense.
Desde que se comienza a leer se puede notar que ciertas actitudes “de urbanidad” otrora inapelables, están cubiertas por un velo de subjetivismo, que permite a cada quién otorgarles la interpretación más conveniente en el momento.
Como un pseudointelectual, “El gran Gatsby” es especialmente interesante conocerlo por dibujar un boceto bastante parecido de la aristocracia intelectual a la cual pertenecemos; la trama se desarrolla en una clase semi-alta que no alcanza a ser morbidamente rica pero se da sus aires -los nuevos ricos, digamos- y por lo tanto puede traducirse como un manual de acción. ¿Quién, alguna vez, no ha sido el confesionario de dos sujetos que resultan odiarse mutuamente? ¿quién no ha presenciado líos de faldas entre amigos para luego, en la reuniones comunes, estar al tanto de las miradas incómodas y los comentarios filosos entre uno y otro? Las pequeñas dimensiones de cualquier tipo de aristocracia crean un ambiente en donde los cotilleos, los dobles sentidos y las sonrisas hipócritas se convierten en el inevitable pan de cada día.
Las citas de esta novela deben de hacerse con sumo cuidado y mi recomendación personal es dirigirlas más como un comentario espontáneo que como una frase memorizada (lo cual implica no dar el crédito correspondiente (¿pero alguien acaso da el crédito al Dr. House cada vez que se repite en las fiestas algún comentario irónico de la primera temporada aprendido al pié de la letra?). Este libro se puede sacar a relucir en una conversación de literatura mencionando que sentó un precedente estilístico pues su escritura es despreocupada y poco ceremoniosa, característica que luego se convirtió en referencia de la literatura norteamericana del siglo XX; Aún hoy encontramos que las novelas provenientes de los Estados Unidos son coloquiales y de lectura ligera situando al lector más como un amigo del protagonista que como un espectador ajeno a la trama. También puede hacerse una relación directa con la música, aludiendo a la ruptura total con las formas artísticas establecidas durante la segunda mitad del siglo XIX y convirtiendo así la cultura en algo popular, como lo fue su contemporáneo, el Jazz; así, la literatura se volvió algo para el viandante común, un ritmo que se baila con soltura y no con una anquilosada postura.
Por estas razones, “El gran Gatsby” es uno de los cien libros fundamentales que cualquier pseudo-intelectual hispanohablante debería de leer.

Escrito por Rho NivonoG a las 8:47 PM | Comentarios (0)

16 de Mayo 2008

Cita de "El gran Gatsby"

“Sus grises ojos, irritados por el sol, miraban de frente; no obstante, deliberadamente habia introducido un cambio en nuestras relaciones y, por un momento, pensé que la amaba. Pero soy lento en el pensar, estoy lleno de normas interiores que actúan como frenos sobre mis deseos. [...]
Todos creemos que, como mínimo, poseemos una virtud capital; la mía es ésta: soy una de las pocas personas honradas que he conocido.”

-Nick Carraway

Escrito por Rho NivonoG a las 7:28 PM | Comentarios (0)

15 de Mayo 2008

100 LIBROS QUE CUALQUIER PSEUDO-INTELECTUALHISPANOHABLANTE DEBERÍA DE LEER: LA LISTA DEFINITIVA.

Uno de los parámetros más comunes para definir qué tan culta es una persona e define por el tipo de literatura que disfruta, y con qué frecuencia; degustar cuatro libros de autoayuda al mes, como usted comprenderá, no posee el mismo valor parametrál que acabar con un libro de filosofía al mes, ya no lleguemos a la abismal comparación entre “el código Da vinci” del infame Dan Brown y “el péndulo de Focault” del Filólogo Italiano Umberto Eco. Al final, podríamos asegurar sin temor a equivocarnos, que un intelectual ES los libros qué lee, por lo menos ante el resto de los de su especie.
Estos pensamientos vienen a mí impulsados porque en los últimos días he tenido varias revelaciones con respecto a la intelectualidad clasemediera de la ciudad de México, raza que, por lo demás, desde el momento en que abandoné los patios de recreo de la tierna infancia, mucho me ha llamado la atención y en ningún momento he renunciado a su estudio antropológico. La experiencia ganada a consecuencia de ese interés me impulsa, finalmente, a escribir una especie de guía para el joven pseudo-intelectual que derrepente se ve abrumado por referencias culturales de las que carece, y ante las cuales no le queda más que lanzar una sonrisa al aire y asentir, omitiendo respuesta alguna o tomando la conversación a algún vulgar libro del temario escolar de “Literatura Universal II”.
Como la máxima forma de conversación pseudo-intelectual es la literatura y la filosofía que la rodea, he decidido abordar entonces el toro por los cuernos, y así dí a luz el concepto de
100 LIBROS QUE CUALQUIER PSEUDO-INTELECTUALHISPANOHABLANTE DEBERÍA DE LEER: LA LISTA DEFINITIVA.
Esta lista aborda los conceptos básicos sobre historia, sociedad, economía y cultura básicos para dar la impresión de saber mucho y, ligados estos conocimientos correctamente, permite que aquél que la haya seguido pueda tocar cualquier tema de corte pseudo-intelectual con la certeza de que sus ideas resultarán interesantes para sus compañeros de tertulia. He tratado de hacer en ella un balance entre literatura universal y literatura iberoamericana, pues debe de quedar claro que todo aspirante a un puesto en la burguesía alternativa de su ciudad, que sin dejar de ser hombre de mundo, se siente identificado con la cultura local, bravía tradición en resistencia que nos protege de los poderes invasores interesados tan solo en la explotación de nuestra tierra y nuestras mentes.
Así pues, haré lo posible por subir a este humilde espacio en Internet una vez por semana por lo menos un resumen de las obras que componen esta lista, así como las razones que llevaron a incluirla en ella.
Debo dejar claro que omitiré de este esfuerzo a las obras que cualquier paisano que haya cursado la educación media conocería; ¿qué clase alcornoque saca a colación a “el principito” cuando le preguntan sobre su opinión del conflicto Ecuador-Colombia? ¿qué merito representa saber de memoria “momo” o “el diario de Anna Frank” cuando todos lo han leído alguna vez? ¿puede ser 100 años de soledad una sorpresa para alguien a estas a alturas del partido?
Y así comienzo pues, esta aventura.
Que a vuestra merced le plazca.
Ja.

Escrito por Rho NivonoG a las 9:33 PM | Comentarios (0)

4 de Mayo 2008

El tao de la cabeza que lloraba.

Cuenta la leyenda que cuando Shohu decidió planear el golpe de aquellos que no debemos de mencionar, las intrigas de corte subieron tanto de tono que prontamente estas ideas llegaron a oídos del emperador quién mandó a su más despiadado verdugo a hacerle cumplir su destino.
El verdugo, cuyo nombre se conoce como Asobu, viajó Jovial durante cinco días, pensando en vaguedades del palacio. Él nunca había tenido problemas con su siniestra ocupación, las cabezas que rodaban bajo el filo de su katana no eran mas que las cabezas que rodaban bajo el filo de la katana de todos y cada uno de los hantei; él era un elemento catalizador, él era la justicia. “Sin mí -decía cada vez que la hoja de acero bajaba rápidamente para decapitar a un traidor- el imperio se desmoronaría por aquellos que desconocen su lugar en el tejido de la realidad.” Cumplía con la voluntad del emperador, cumplía con la voluntad del cielo.
Cuando llegó al castillo donde habitó Shohu toda su vida y cuyo nombre hoy ha caído en desgracia, el malogrado señor lo recibió con la amargura del que reconoce el último amanecer en el horizonte. Asobu le entregó los documentos sellados con una enorme flor de loto mediante los cuales se decretaba su muerte por traición al emperador y se le condenaba a ser borrado de los árboles familiares, a ser ignorado en las puertas de Meido. Shohu leyó y releyó cada palabra por lo menos siete veces, una por cada clan mayor, y, lleno de tristeza, tomó la decisión de ser ejecutado esa misma tarde; no encontró sentido en retrasar lo inevitable.
Reunió a sus herederos y les explicó sus pecados, pidiéndoles que no los repitieran. Con la frente en el suelo, habiendo dejado ya todo rastro de dignidad y honor atrás, rogó por ser olvidado, les rogó que nunca supieran sus nietos nada sobre la desgracia de su pobre abuelo; rogó porque sus habitaciones fueran destruidas y sus pertenencias personales quemadas; rogó porque su nombre se perdiera en las brumas del tiempo y sólo así Dama sol le concediera a su familia la dicha de no morir aplastada por la espada implacable del emperador. Juntó a sus concubinas y les pidió que mataran a los hijos de los que estuvieran preñadas; nadie debía cargar con la vergüenza que sólo a él le correspondía.
Después de dejar en orden sus asuntos familiares lo vistieron con una hakama blanca, y todos los habitantes del palacio repitieron el gesto; por una tarde aquello se convirtió en un funeral de proporciones épicas; por una tarde, todo un clan lloraría a Shohu.
Shohu llegó al cadalso y se puso de rodillas. Asobu levantó la katana sobre su cabeza mientras recordaba todas las muertes que así había provocado. Repasando rápidamente el sonido del acero que atraviesa el cuello de gente que alguna fue importante, se dio cuenta de que lo disfrutaba. Todos deberían de morir como personas valientes, como samurais -se decía- y nunca había mostrado un gesto de piedad en sus ejecuciones, pues creía que ningún samurai era tan bajo como merecerla.
Cuando Shohu terminó sus últimos pensamientos, ordenó se le trajera un pincel y él más fino papel del castillo; luego podrían quemar aquellas palabras, pero hoy serían las más importantes en todo el imperio. Asobu siempre creyó que cualquier cosa fuera del ritual era parafernalia de mal gusto, pero, al fin y al cabo, su víctima hoy no sería un samurai cualquiera, sino un daimyo en persona. Dudó un poco, pero decidió no humillar al señor en su propio castillo, frente a sus propios hijos, y no objetó nada ante semejante voluntad.
Shohu miró el papel por unos segundos. Luego entintó el pincel y con una movimiento que sólo aquél que ha estudiado toda su vida este momento puede tener, lo puso sobre la blanca superficie frente a él. Entonces comenzó la pesadilla.

En lugar de escribir, el escorpión se quedó quieto. Tras largos segundos así, su mano comenzó a temblar. En el imponente silencio de la sala se escuchó un gemido, y luego otro, y luego otro, hasta que por fin cayó una lagrima sobre el papel, corriendo la tinta negra, rompiendo todo ritual.
Shohu levantó su cara hacia el verdugo, que la contempló con horror. Los gestos, antes estoicos del daimyo, ahora se confundían en una gran bola roja, húmeda y gimiente que balbuceaba piedad mientras se agitaba. Todos los escorpiones de la sala quedaron horrorizados. Los samurais se dieron la media vuelta y bajaron la cabeza. Las concubinas lloraron de vergüenza, inundadas de pena ajena.
Asobu solo miró, aterrorizado y sin saber qué hacer. El escorpión moqueaba y respiraba con dificultad además de contorsionar su boca cual un niño de dos años. Y Asobu no pudo, no podía cortar esa cabeza así.
Aunque siempre consideró que los verdugos que cubren la cara del condenado eran debíles, en ese momento no encontró otra manera de acabar su trabajo. Ordenó a gritos una bolsa y sin contemplación la puso sobre la cabeza de su víctima. Luego, entre prisas y horrores, cortó la cabeza y lo gemidos callaron. Cuando la sala estuvo en silencio de nuevo, él se sintió tranquilo. Tomó la cabeza, la miró a los ojos y en ese momento un calosfrío recorrió su espina, pues quedó grabado en el rictus mortuorio la cara del daimyo llorando, un hombre que perdió absolutamente todo honor.
Sin querer quedarse más en ese castillo, apresuró su salida y, el mismo día de su llegada, comenzó el regreso. Cabalgó de noche, a toda velocidad. La noche era una noche despejada, con señor onnotagu asomando entre las copas de los árboles, pero no por eso dejaba de ser una noche tranquila, o al menos eso creía él. A las pocas horas de haber comenzado el viaje, escuchó un sonido casi inaudible que venía de la bolsa para cabezas; era un quejido. Culpando al cansancio por sus alucinaciones, trató de ignorarlo y siguió cabalgando, sin tregua con el camino. Pero el quejido no callaba e incluso sentía que crecía. Se detuvo a acomodar la bolsa -seguramente era cómo rozaba con las alforjas lo que provocaba aquel insoportable ruido- pero el sonido seguía. Decidió llevar la bolsa en la mano, pero el sonido seguía. La envolvió en todo su equipaje y la empujó al fondo de sus paquetes, pero el sonido seguía. Cuando amaneció por fin, Asobu -víctima del cansancio físico y mental más absoluto- se detuvo en una posada del camino.
Soñó que estaba vestido completamente de blanco, en una celda, donde se escuchaban llantos por todas partes; llantos de mujeres, llantos de niños; llantos de samurai; llantos de campesinos; llantos de dragones y de caballos. Entonces llegó a su celda un guardia lloroso, que lo condujo al cadalso. Una multitud en lágrimas lo contemplaba y Asobu se sentía víctima de la tristeza de su muerte. De pronto, detrás de él apareció un demonio vestido de seda llorando mientras empuñaba la katana. Levantó el filo sobre su cabeza. Asobu despertó.
Era poco antes de medio día, por lo que había dormido mucho más de lo que tenía planeado, pero se sentía descansado y más tranquilo que la noche anterior, así que decidió continuar su viaje luego de rezar a todas las fortunas. Una lluvia ligera caía sobre el camino imperial cuando, al empezar el atardecer, comenzaron de nuevo los gemidos de la cabeza. Temiéndose lo peor, Asobu buscó una posada donde pasar la noche pero la luz de las farolas de papel no se veía por ningún lado.
Cabalgó sobre el camino perdiendo cada vez más la paciencia, y entre más oscurecía más fuertes eran los quejidos de la cabeza. La noche anterior habían sido solo gemidos ininteligibles; hoy era un llanto en forma, el llanto de un samurai. Cada vez que el dolor hacia presa de la cabeza, un grito horroroso se colaba por los oídos de Asobu, empujándolo a límites que desconocía hasta ese momento.
En medio de la noche, con una lluvia torrencial y un ánimo que rayaba el frenesí se detuvo y observó la cabeza; las gotas caídas del cielo rodaban por sus mejillas y seguía teniendo esa infame expresión de dolor, de desgracia. “pocas cosas son peores que ver un samurai llorar” se repitió Asobu entre murmullos de locura el resto de la noche, mientras cruzaba los caminos. Ahí fue cuando perdió noción del tiempo.
Cabalgó con el sol y la luna, bajo un aguacero permanente, sin llegar a ningún lugar; cruzaba parajes desolados y pueblos en ruinas; cruzaba templos cuyos monjes se veían enloquecidos y caminos abandonados hacía mucho tiempo; cruzaba puentes a punto de caer y bosques con árboles que le decían al oído cosas que nadie debería de saber. En todos y cada uno de esos lugares, la cabeza chillaba con el horror de los hombres que se saben patéticos.
Asobu creía llevar más de nueve días cabalgando, y no sabía donde estaba ni a donde iba; solo entonces comprendió que, mientras la cabeza llorará, el no llegaría a ninguna parte y con miedo de convertirse así en un espíritu errante, decidió hacerse él mismo cargo de aquello.
Junto al camino encontró un pozo de piedra, donde se detuvo. Se refrescó a él y a su caballo, respiró profundo y sacó la cabeza. La mirada de Shohu era tan perturbadora como el el último día que estuvo adherida a su cuello. Entonces tomó un pequeño cuchillo y empezó a trabajar. Cortó sus labios, reacomodó sus párpados, volteó sus mejillas y descubrió sus dientes. Cuando terminó, después de horas de manipular la cara del antiguo daimyo escorpión, esta mostraba una sádica sonrisa enmarcada por cicatrices y cortadas. Faltaban algunos pedazos de labio, y su mirada era desorbitada, pero no importó; la cabeza sonreía y, lo más importante, ya no gemía. Casi en éxtasis dejó la cabeza sobre el borde del pozo y se dispuso a dormir una siesta, que por primera vez en varios días resultó ser tranquila; soñó de nuevo con las vaguedades de palacio, los banquetes y las fiestas, las cortesanas y los colores.
Cuando despertó, ya no llovía, el cielo estaba despejado. Acomodó sus cosas de nuevo en las alforjas y se dispuso a partir, pero de pronto notó la ausencia de la cabeza. Asustado la buscó por el campo y no la encontró. Cuando la desesperación invadía su ser, atinó a asomarse al pozo, donde la cabeza flotaba, hinchada por el agua, mirándolo fijamente con esa siniestra sonrisa. El verdugo rió para sus adentros y se reprochó por ser tan supersticioso; las cabezas no caminan, se decía mientras buscaba ramas largas para construir un artilugio con el cual sacar la cabeza del pozo. Luego de intentarlo toda una tarde, lo logró con la ayuda de los monjes de un templo cercano, quienes no encontraron más honor que ayudar a un samurai en momentos difíciles. Cabalgó rumbo a Otosan uchi y se descubrí a escasas horas de viajes, a donde arribó ya bien entrada la noche.
Entregó la cabeza a su superior, quién la miró con desprecio.
Al día siguiente, el verdugo favorito del emperador fue juzgado por traición. La historia que se blandía en su contra es que el despreciable Shohu lo había seducido con mujeres y riquezas, comprando así su lealtad, y su vida. Asobu entonces mató a un campesino y desfiguró su cara, para que resultara irreconocible ante los oficiales, pero estos no eran tan ingenuos. Siendo participe de la justicia imperial, el verdugo sabía que no tenía oportunidad, así que aceptó su destino con frustración. Al día siguiente fue decapitado, mientras lloraba. La justicia imperial se probó correcta, pues unos pocos días después, Shohu en persona lideró las tropas que tomaron por asalto Otosan uchi, y él mismo mató al emperador.
Asobu, víctima de las circunstancias, veía desde las puertas de Meido como algunos ponen cabezas ajenas sobre sus hombros. La sonriente cabeza de Shohu, -de el que él sabía era Shohu-, lo siguió y lo seguirá hasta el fin de los tiempos.
Y tú samurai... ¿de quién es la cabeza que tienes sobre los hombros?
basado en una leyenda Turca

Escrito por Rho NivonoG a las 8:24 PM | Comentarios (0)