17 de Enero 2010

Cielo y placer #4

El cielo se abre sobre mi cabeza y las nubes comienzan a fluir directamente hacia mi subconsiente. El sol ilumina cada rincón que alcanza mi vista. Me derrito ante el calor instantáneo que brota desde las alturas, pero no me importa, es el calor de estar vivo, el calor que las pulsiones inefables que la naturaleza humana regala de vez en vez, en pequeñas cantidades, como si de píldoras para no enloquecer se tratase.
Hay demasiada información contenida en el paisaje como para ignorarla. Saco de mi bolsillo una memoria USB y la observo ¿cabrá todo ello dentro de este palito, este pequeño pedazo de plástico con lengua metálica? Cada pixel de la realidad, cada polígono que forma el universo, cada cuanto de energía que se transmite a través de los cuerpos, cada elemento que forma el paisaje será contenido en el USB. Sonrío a medias y sigo avanzando.
Las briznas de hierba que me rodean producen música, generan beats que siguen el ritmo de mis audífonos, beats incontestables para los que encuentro respuesta. Mi andar marca ese mismo ritmo y me siento como en un comercial de software o de pasta de dientes. Sigo sin poder entender el porqué de la belleza del mundo. Desgraciadamente esa belleza se encuentra violada por las convenciones sociales. No creo que las fábricas destruyan el paisaje, pero creo que el contrato social sí lo hace; cada vez que una dama con clase mira de soslayo a los obreros que caminan al borde de la calle, le roba al mundo un poco de vida y se la guarda para sí; el culto a la belleza no busca más que generar seres eternos y vacíos, momias bífidas que con sus secas mejillas sonríen en las fotos de las revistas del corazón. Sólo los barrios bajos tienen esos colores brillantes y esa alegría peligrosa capaz de arrastrar al hombre hacia el desenfreno que mueve a la realidad; ahí donde acaban las colonias del placer comienza el reino de lo real.

Escrito por Rho NivonoG a las 4:12 PM | Comentarios (0)