Los habitantes nativos de la novena dimensión son seres cuyas características no comprende la mente humana; sus cuerpos reposan en más dimensiones de las que podemos entender. Sin embargo, lo que se manifiesta en tan solo tres dimensiones es de una incongruencia tan brutal que es capaz de dirigir al más cuerdo de los hombres hacia un mar de locura del cual nunca más regresa.
el ser sólo se percibe reflejado sobre superficies redondas, como esferas de navidad o gotas de agua en gravedad cero. en cuanto los nauseabundos contornos de su apariencia se delinean, pegados a las paredes como costras ponzoñosas y perversas, estos comienzan a moverse; sobre el reflejo lo único que se alcanza a ver es aparecer y desaparecer partes del monstruo a través de las paredes y el aire, ya que en 9 dimensiones se puede traspasar el espacio y tiempo sin esfuerzo.
Los pedazos del monstruo que son observables no son necesariamente de su superficie: por allá se ven sus entrañas expuestas, por acá una especie de ojo profundo y mortal, allá un agujero negro que resulta ser el interior de su boca.
En su habitat natural, tiene la piel llena de pústulas que utiliza para pensar y tomar decisiones, pústulas sangrantes y babosas que vibran más rápido que el tiempo y producen un sonido agudo e irresistible. el monstruo camina usando √-7.2 patas y tienen un número infinito de bocas.
Su propiedad de estar en varios lugares de nuestro universo al mismo tiempo se explica tras la aplicación de la teoría de cuerdas al conjunto normalizado del complejo espaciotemporal neocartesiano en R5.
La mente humana sufre ante su estampa, se contrae violentamente el cerebelo y, tras unos segundos de sufrimiento intenso, el tronco hipotalámico queda reducido a poco más que cenizas. Los eones innombrables de conocimiento biologicamente prohibido se agolpan en un estremecimiento de la conciencia para después desvanecer un grito eterno y silencioso en re mayor.
Estos seres devoran el espacio y partes del tiempo; cuando algo de nuestro universo tiene la mala suerte de ser su comida, se borra de la realidad y del recuerdo, como si nunca hubiera existido. Quién sabe qué tantos planetas, universos o constantes físicas hayan tenido este destino sombrío y desgarrador. Quién sabe cuantas personas han cesado de existir gracias a sus antojos. Quien sabe cuantas veces hemos desaparecido del tejido espacio temporal, para ser lanzados en las revelaciones del no-ser.