Aunque los comerciantes pretendan hacernos creer que todo en esta ciudad huele a nuevo, Vicente sabía bien que todo en esta ciudad huele y olerá a lo siempre ha olido; olor a cumbia y a ritmos tropicales secundarios, a charco, a hacinado, a estofado de vaca con bebida extremadamente azucarada. Una sola fibra nasal puede hacer salir lo peor de las personas. El patchuli inunda los redondos copetes de aquellas que alguna vez fueron damiselas. En esta ciudad nadie tiene un olor agradable, en cualquier caso; los policías huelen a queso de supermercado vendido por docena, las verduleras huelen a 12 personas viviendo en la misma habitación, compartiendo cuarto con cientos de moscas grandes y masivas, los hijos de papi huelen a drama familiar causado por una herencia y a deudas faraónicas pero por demás ridículas, construidas al rededor de automóviles brillantes y sobreprotegidos. Los oficinistas huelen a plástico recién desempacado, un olor dulce y mareante capaz de hacer perder el juicio a los más moderados practicantes de iytihad, la reflexión musulmana, huelen al sentimiento de satisfacción posterior al estreno de un disco compacto, a sabiendas de haber superado la titánica prueba de ese empaque de celofán diseñado por sádicos trogloditas cuyo objetivo es desafiar la paciencia humana (porque ha de saber el lector que dios nos ha dado poca paciencia para poder así darnos profetas, cuya única verdadera virtud es tenernos paciencia, a semejanza de aquella sacrificada maestra de kinder que paso a paso guía a sus alumnos hacia una caligrafía perfecta). Aveces, en el distrito de burdeles, cada puerta emana un olor diferente, ora a comida de barrio, ora a fiesta de pueblo, ora a inmaculada limpieza, ora a agujas clavadas en alfombras de imitación oriental, ora a café veracruzano, ora a miradas descontroladas donde las pupilas se convierten en jueces inquisidores del destino que ellas mismos provocan. En cambio cuando las últimas luces de esas puertas son apagadas por los primeros rayos del sol, la calle subyacente solo huele a alcohol y arrepentimiento, noches de placer torturado por la imagen de una esposa que espera, preocupada, a aquel que debió llegar a cenar y convivir con los hijos un viernes por la noche, a los presupuestos gritos posteriores causados por esa farra noctura, por ese dolor. El arrepentimiento es tan denso como la niebla que empaña las mentes alcoholizadas, donde todas las mujeres son hermosas y putas, dispuestas a servir a aquel que merece heredar el destino de la humanidad, uno mismo.
Pero hoy ese camión olía diferente, olía a amor. Vicente aspiró profundo, buscando la fuente de aquel aroma que parecería tan escatológico a un poeta, pero no pudo encontrarla. Tal vez el olor a amor venía de ese cubo, probablemente usado para contener el agua usada para contener la mugre que los pasajeros cada día arrastraban al camión. Tal vez venia de la misma mugre contenida en el camión. ¿la mugre conserva los olores? Porque si es así, la mugre podría haber absorbido el olor a amor y solo refleja el amor de el lugar en donde se convirtió en mugre; ahora, si asumimos que los pasajeros del camión eran tan variopintos como los de cualquier transporte colectivo cuya ruta cruce la ciudad de México y ellos arrastraron la mugre hasta ahí, entonces esta ciudad está inundada de amor. cuestión de estadística por un momento pensó Vicente, pero rápidamente desechó esa idea por considerarla cursi y ordinaria, digna de producto chino cuyo público objetivo son las adolescentes de entre 12 y 16 años, preferentemente de bajo poder adquisitivo. La estadística, por encima de todo, es una ciencia humana y por lo tanto su objetivo cumbre radica en satisfacer la necesidad de sentido que se le exija, así que en ese tipo de situaciones su completa omisión era el punto donde encontraba su mejor funcionamiento.
Sólo entonces reparó en sus compañeros de trayecto: junto a él venía un hombre moreno, de facciones delicadas pero bigote poblado y viril. Tenía brazos de atleta, que contrastaban con una pequeña barriga que comenzaba a nacer en la base de su hebilla. La camisa azul no revelaba mucho de sus hábitos, pero Vicente pudo suponer que era un oficinista de bajo rango cuando encontró un grupo de folder color manila y azul pálido en sus manos, que resultaban toscas a comparación de su cara. El color de su pelo -negro, con pequeñas manchas de grisaseas en la capa más externa- concordaba con la teoría de Vicente. Era probable que viviera en un barrio en el norte de la ciudad, más allá de donde la cosmopolita avenida reforma se transforma en la corriente calzada de los misterios, (que desde el nombre condena a la anonimidad a las pobres almas destinadas a vivir alimentados por sus fauces-carriles), pues usaba transporte público (cualquier oficinista que se respete va en su automóvil a cualquier lugar, a menos que carezca de él).
Video cursi cursisísimo. reintepretado de un video de jay and leah. hell yeah.
Es como zarpar a un mar desconocido, en busca de continentes que no tienen mucho más de verdad que de leyenda. Es como esperar un milagro, una resolución divina, una señal, una sonrisa, una mirada que te indique si continuar es correcto. Es como derrumbarse para adentro, es como querer ahorcar a los tontos de tus amigos. Es como querer quererlos.
Es como querer tener la certeza de quienes están ahí y quienes pretenden estarlo. Es como odiar todo.
¿qué habrá sentido aquel marinero español, que zarpando del puerto de palos, soñaba con alcanzar una tierra lejana? Dejar todo atrás debe de ser satisfactorio? Sé que mi temple es menor que el de una pelusa, pues no aguanto ni los más mínimos cambios ni las más mínimas burlas.
¿quienes son mis amigos? ¿quienes deberían serlo?
Es como estar en medio de un desierto; es como hacer una larga letanía de razones vacías a falta de algo que escribir. Tan solo un sentimiento que describir.
Me siento... vacío....
me siento... mal.
Muy mal.
El trajín de las horas me ha parecido muy pesado en las últimas semanas. Las calles rebosantes de gente que recorro todos los días no hacen más que vaciarme, cada vez más y más. Sé que tú estás pasando a mi lado, pero no puedo más que ignorarte, en la terrible confusión que me acecha detrás de las esquinas.
No importa en donde esté; está vacío.
Camino hacia adelante, pero siento que camino sin rumbo fijo. ¿qué hay adelante? ¿más preguntas? Las miradas se entrecruzan entre mí y mi ordenador. Los silencios de la música del golpeteo del corazón contra mi pecho cuando tu hermosa rutina comienza de nuevo, marcando los ciclos del sol y la luna. Cuando tu cara es tan parecida a aquellos monstruos de oscura hermosura e ignoras mis palabras silenciosas, mi beber café frente a ti. Mi silencio. Mi no estar ahí.
-PUM-.
Tu presencia me apendeja.
No puedo dejar de admitir en ningún caso, que estoy confundido, como aquél día en el que el espejo repetía tu nombre a pesar de no tener labios con que hacerlo. Me siento un pequeño petirrojo recorriendo las estaciones de metro, volando entre edificios descarapelados en esa ciudad formada en mi subconsciente de niño de trece años, que luego ha sido desmentido por las circunstancias, pero no por la ciudad en sí. El ritmo al que los pensamientos se agolpan en los lóbulos frontales de mi cerebro resulta ridículo cuando lo comparas con otros sucesos de igual naturaleza, como la lluvia, las nevadas o la actividad volcánica del anillo de fuego del pacífico. Siento como una idea surge desde detrás de mi cabeza, en algún nodo desconocido e irreconocible. Luego avanza, entre un trajín de ideas, abriéndose paso por un camino azaroso; doble esquinas sin saber muy porque, hace rutas largas para llegar a puntos cercanos. Cuando se da cuenta, está sola en un mar de individuos, detrás de mi frente, encima de mis ojos sin saber su trágico destino. Entonces yo detengo el trago de café, y la devoro. Escucho como una canción de pianola se levanta en mis oídos, para restar solemnidad al evento y que así nuestra cara y nuestra historia cambie una vez más. No puedo asegurarte nada.
La soledad tiene nombre, solo que se ha negado a revelarlo.