Salió por la puerta y te vió: estabas parada allí, en medio de la lluvia, pidiendo algo con tus ojos, pidiendo abrigo. A él no le importó y se dió la media vuelta: tenía sus propios problemas.
Unas pocas horas antes la muerte había llamado a su puerta, había entrado en su sala y había aceptado un trago. Luego de una conversación (y cinco whiskys) la muerte era su mejor amiga, cantaban abrazados, lloraban cada uno en el hombro del otro. La muerte se quedó a dormir.
A la mañana siguiente cuando despertó, en medio de la cruda recordó el proposito de su visita y segó la vida de aquel hombre, a lo cual él lo único que hizo fue salir a caminar; muerto o no, estaba crudo y necesitaba aire fresco. Afuera llovía.