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24 de Noviembre 2004

Migraña

Dolor, dolor, dolor, nada más que dolor, dolor que te odia, que te hace odiar. La maldita luz que quema, el sonido que enloquece, las cabras que bailan alrededor de mí cama. Ahora, puedo ver a través de los velos de la realidad, nada detiene mi percepción. Veo la descomposición en las paredes, la enfermiza corrupción en el aire. Veo las cabras que controlan nuestra vida, vestidas con una túnica negra y portando una desquiciada sonrisa que nos duele. Veo sus colmillos y veo como me muerden por todo el cuerpo bebiendo mi sangre permanentemente. Veo como lamen mis heridas y solo dejan obscuridad en mis venas, las venas que amenazan con explotar en cualquier momento… es un festín.
Vivo entre dos mundos, el mundo en el que tu vives y el mundo que sabes, pero que niegas tan solo para mantenerte cuerdo. Vivo rodeado de paredes sangrantes, vivo arrastrando mis cadenas a través de la casa, vivo desnudo y mancillado. Mi ojo se hincha y llora su desgracia solitario, pues su gemelo no coopera y lo abandona. Todos los seres de mi cuarto me voltean a ver, mantienen su mirada fija en mi dolor, en mi desfigurada cara y lo disfrutan, se alimentan del sufrimiento, de mi locura temporal, de mi visión a través del maldito velo. La única condescendiente es la reina de corazones que clama “¡que le corten la cabeza!” y yo me revuelvo en mi sufrimiento para tratar de romper las cadenas mientras respondo desesperado “¡sí! ¡que me la corten! ¡Acudan a la poca piedad que queda en sus corazones pútridos del cual sus sonrisas son reflejos!” pero nadie me hace caso, y mi hermano, perdido en los dobleces del velo, corrupto por al visión permanente de la realidad, destroza de un puñetazo la naríz de la reina y ahora nadie me apoya. La muerte ronda, burlándose de mí y de mis suplicas para que actúe de una vez ¡no me importa la vida ahora! ¡Quiero morir! ¡Quiero dejar atrás todas las mascaras, las malditas heridas por las que las cabras beben mi sangre! Lo sé, la maldita niebla que exhalan estos engendros se te mete por los ojos y llega a tu cerebro, a destruir en vivo y a todo color, a hacer sangrar tu alma, tu esencia, a llamar a las cabras. Malditas cabras aberrantes. Las píldoras que ahora hay en mi cuerpo no funcionan, ¡no puedo dejar de percibir la realidad! Solo son un engaño. Solo deseo la muerte. Comienzo a azotar mi cabeza, contra la pared deliberadamente mientras lloró y reclamo a todo pulmón mi maldita estupidez. No se si quiero matar al dolor o quiero perder el conocimiento… pero me comienzo a marear. Veo la sangre escurriendo por la pared, pero ahora no es la sangre del velo, es MÍ sangre. Todo comienza a girar, caigo, sigo atado. Veo el techo borroso… las cabras se arremolinan alrededor de mí cabeza… sonríen poco amablemente y comienzan a abalanzarse.

Escrito por Rho NivonoG a las 24 de Noviembre 2004 a las 08:09 PM
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