Me puede doler el sueño o me puede sangrar el alma, me puedo quejar mucho y puedo buscar significados subyacentes en los gritos que escucho, en un cuarto rosa y dulce, pero no inocente; puedo sentirme mal por simplemente ser otro que no soy, o puedo gritar, solo gritar al compás del ritmo al que danzan las estrellas. El mal humor que me es intradiergético se convierte en un lamento profundo, en un terror oscuro y primigenio perseguidor de todo lo bueno, dios libre a los hombres de bien de tomarse en serio a sí mismos. Los sonidos de la escritura automática suenan como las teclas, una tras otro, pero las gotas tienen una cadencia mucho más hipnotizante, un rico olor a galletas recién hechas, un calor inconfundible, una sonrisa peligrosa.
Adolescencia hirviendo en lo profundo de tus ojos, rellenos de dudas e inseguridades. Escapar puede resultar mejor a corto plazo, pero... ¿a largo plazo? Me pregunto si los sueños, en cualquier caso, sueñan con notros.
Se supone que eras la chica con la que me aburriría las tardes de verano y con la que conocería muchos pueblos de alrededor de la ciudad. Contigo tenía que comer peyote y tenía que vivir con una falta de planes. Tú deberías haberme ayudado a pintar mi casa, para luego ir por cervezas y estrenarla. Yo debería haberte ayudado en tu mudanza. Tú eras la chica que los jueves venía a casa a ver una película. Yo era el sujeto que debía soportar tus críticas pasivo-agresivas.
Tú y yo deberíamos de mentarnos la madre seguido, porque nos llevamos bien... pero ahora solo habrá un respeto cuidadoso.
Chale.