"Las batallas contra las mujeres se ganan
huyendo"
Napoleón
Recuerdo aquella vez en que llevé flores por primera vez; salí de mi casa y adquirí media docena de rosas en el puesto de la esquina de rue de charendon y la calle de los coreanos, para luego caminar tres cuadras dentro de hartingstrasse y llegar al hogar de la mujer -o niña, si nos atenemos a su edad- que sería recibidora de tales halagos. Llegué frente a su puerta, me escondí detrás de un arbusto cuadrado y llamé; contestó su madre el teléfono y tuve que sortear ese momento incómodo en el cual no sabes que decir y la lengua parece atacada por avispas venidas de Marte ¿está Aurora? Sí, Rodrigo. Gracias señora. Preparé las antorchas y me dispuse a quemar las naves; en el momento en que pedí que saliera alcancé el punto de no retorno, a partir de ahora solo podía triunfar lleno de orgullo o fracasar estrepitosamente, pero era demasiado tarde para huir de la pelea
siempre hay un poco de locura en el amor, pero siempre hay un poco de razón en la locura, dijo Nietzsche y en ese preciso instante había locura autodestructiva ardiendo en mi interior.
Aunque los segundos que pasaron remedaron la longitud de una era geológica, ella salió. Solo vine a decirte que eres la neta. Extender el ramo de flores por delante de mi nariz y lograr que alcanzara sus manos. La sorpresa que profesaba era incierta, o tal vez a mí me era imposible hacer una lectura clara de sus reacciones, obnubilado cómo me encontraba en disimulado frenesí. A los trece años ese frenesí es algo nuevo, caprichos jóvenes tan agradables como los vomitivos preparados por las abuelas de hace cien años.
La respuesta de Antonieta fue la esperada, pero no la deseada; confusamente me explicó que su corazón solo tenía un dueño, el tan guapo Emilio, de segundo tercero de secundaria (dueño adjudicado unilateralmente en cualquier caso, pues era un amor no correspondido, como suele suele suceder).
Lo recuerdo y me río, sin importar la amargura que me embargó en aquél entonces. Corazones, amor, flores, miedos, inseguridades. Luego pasó el tiempo y descubrí empíricamente lo que tan orgulloso declaraba Jardiel Poncela a mediados del siglo XX; "el amor es una (pinche) comedia en un acto: el sexual".
creo que soy un cuarentón. Chale.