El año ya acabado el 30 de noviembre. Y es que Diciembre es un mes de chocolate ¿a que me refiero? Es sencillo. En diciembre la gente ya no piensa en el ahora sino en el año siguiente. Lo que pasa durante este mes nunca sucede, pues es tiempo extra. En las oficinas todos se apuran para entregar el año, las últimas facturas, la últimas entregas, las últimas declaraciones. En las escuelas la gente va por requisito, esperan la llegada de vacaciones de navidad. Las parejas se ponen el doble de melosas (y no se les quita hasta pasado el 14 de febrero). La ausencia de amigos se hace notoria pues todos salen a ver a su familia. Nada existe. La ciudad es como un sueño, llena de luces brillantes, rayos blancos de sol y vientos fríos que no llevan nada en su esencia. La temperatura acentúa el vacío interior, las mañanas se hacen enormes y las tardes nubladas se hacen extrañas. Tengo la estúpida sensación de que las calles se mueven, dejan de estar donde generalmente están y sus destinos terminan en un mismo punto, en ningún lugar.
En diciembre todos los caminos lleva a Roma (y en mi caso a Durango). En Diciembre me doy cuenta de la aparente soledad que nos rodea, la gente simplemente deja de ser.
Estamos en Tiempos extras, esperando poder voltear el marcador.