No hay crimen perfecto, admite el tamalero
22-Abr-04
Carlos Constantino confesó que mató a su amigo Rigoberto Zavala porque ya me tenía hasta la madre.
Carlos Constantino fue apresado poco después de que revisaron su vivienda. La esposa de la víctima y su hijo piden justicia.
Carlos Constantino confesó que mató a su amigo Rigoberto Zavala porque ya me tenía hasta la madre, pero enfatizó que la carne de su víctima no la utilizaría en los tamales, sino que la daría a las ratas
Carlos Constantino Machuca, de 56 años de edad, confesó haber asesinado y destazado a su amigo José Rigoberto Zavala, de 61, pero rechazó enfáticamente que haya pretendido colocar los restos humanos en los tamales que elaboraba en su vivienda del Centro Histórico de Morelia.
Sí, yo lo maté porque ya me tenía hasta la madre. Siempre me presumía que él era más grandote, más fuerte y más chingón que yo, a pesar de que era más viejo, exclamó el presunto homicida, después de más de seis horas de declarar ante la agente del Ministerio Público en turno, Beatriz Torres Jiménez, y de ser interrogado por un grupo de psicólogos y psiquiatras encabezados por el director de Servicios Periciales de la Procuraduría General de Justicia de Michoacán, Miguel Ángel Herrera Chaires.
Con la misma ropa que vestía la noche del martes en que fue capturado por la policía preventiva, Constantino Machuca añadió con la mirada en el suelo: Yo sabía que no existe el crimen perfecto, pero algo tenía que hacer con el cuerpo del Rigo. Por eso lo corté en pedazos, para echarlo por el caño y que se lo comieran las ratas, no para hacerlo tamales. ¡Nombre, si no estoy loco para hacer eso!
Jerez para la cruda
De acuerdo con la indagatoria de la representación social michoacana, Carlos Constantino, de oficio tamalero, y José Rigoberto Zavala, vendedor callejero de mandiles, se reunieron el lunes cerca de las dos de la tarde para platicar, pero como el primero estaba crudo su compañero le invitó unos tragos de jerez para curarse la borrachera.
Los dos individuos estuvieron tomando en la vía pública como hasta las cinco de la tarde, cuando el presunto homicida invitó a su víctima a seguir bebiendo en su domicilio particular, ubicado en la calle Fernández de Córdova número 122, para lo cual compraron una botella de brandy Presidente de un litro y refrescos.
Cerca de las ocho de la noche, José Rigoberto se quedó dormido en el sofá de ese cuarto de vecindad que Carlos Constantino habitaba junto con su esposa, uno de sus hijos y su nuera, ninguno de los cuales se encontraba a esa hora en el inmueble. El acusado dice que al ver dormido a su amigo tomó un cuchillo y se lo enterró en el corazón, debido a que toda la tarde lo estuvo molestando, presumiéndole que era más fuerte que él, e incluso le dio seis cachetadas, comenta la fiscal Torres Jiménez.
Un par de horas más tarde llegaron al lugar los familiares del tamalero, quienes al observar el cadáver le reclamaron su acción y lo abandonaron, sin que hasta el momento se conozca su paradero ni las autoridades hayan revelado sus identidades, puesto que podrían tener alguna responsabilidad por no denunciar los hechos.
Carlos Constantino se tomó entonces el resto del brandy, mientras planeaba qué hacer con el cuerpo de su víctima, hasta que alrededor de las tres de la madrugada del martes decidió destazarlo, acción que realizó en el piso de la sala, donde la policía encontraría 16 horas más tarde la cabeza, las costillas y la columna vertebral.
Cuando la ley me agarró yo estaba cociendo la tercera carga de carne. Las otras dos las había echado al caño, para que se las comieran las ratas. Les di un poco a mis perros, pero la vomitaron. Yo pensaba cocer toda la carne y las tripas para que las ratas se las comieran más fácilmente, y los huesos los iba a tirar por ahí, tal vez en el río o en el basurero municipal, o los iba a enterrar, manifestó el inculpado.
El director de Averiguaciones Previas de la Procuraduría local, Josafat López Tinoco, reconoció que fue muy rara la forma en que tuvimos conocimiento de los hechos, pues como a las seis de la tarde (del martes) la agente del Ministerio Público, no ninguna de las policías, recibió una llamada telefónica anónima mediante la cual le dijeron que en el domicilio en cuestión habían matado a una persona y la estaban descuartizando. Yo ordené que un equipo se trasladara al lugar, pero no me imaginé que encontraríamos lo que encontramos.
Perros sacrificados
La policía encontró abierta la puerta de la casa del tamalero quien vendía su producto principalmente a las puertas de los hospitales Civil e Infantil, por lo que entró al inmueble sin mayor problema, pero para ingresar al patio tuvo que sacrificar a balazos a los dos perros que tenía el acusado, porque estaban muy bravos. Horas después, a los cuerpos de los animales también se les realizó la necropsia, a fin de determinar si consumieron carne humana.
El inculpado fue detenido también de una manera extraña, en virtud de que cuando la Policía Ministerial y los peritos realizaban su trabajo y los preventivos resguardaban el lugar, él se encontraba entre los mirones, como cualquier otro curioso, hasta que alguien gritó: ¡Ése es el tamalero! ¡Ahí está el asesino!, y entonces las autoridades procedieron a arrestarlo, narró López Tinoco.
Aunque Carlos Constantino permanece inamovible en su versión de que no pretendía poner la carne humana en los tamales, las autoridades aún no desechan por completo esa hipótesis, bajo dos elementos: los restos eran cocidos con hojas de aguacate y supuestas especias aún no concluye el dictamen oficial, ingredientes que no tenía caso emplear si pretendía arrojar la carne al caño, y a un lado de la parrilla estaban listas una bola de masa de diez kilos e igual volumen de salsa, sin que hubiera ya carne de pollo o de res, que eran oficialmente el contenido de los tamales del hombre que puede ir a la cárcel bajo el cargo de homicidio.
Era borracho, pero no peleonero
Mi esposo era borracho, pero no peleonero... nada más tomaba, pero trabajaba para mantenernos... ¿por qué lo mataron? ¡Quiero que se haga justicia, por el amor de Dios!, imploraba, sentada en las pequeñas escalinatas que conducen a la agencia del Ministerio Público, la señora Delia López Ayala, la viuda del comerciante José Rigoberto Zavala.
Acompañada por dos de sus hijos, la mujer dijo que no conocía al presunto victimario de su esposo, quien consideró que no merecía morir en la forma en que lo asesinaron.
Mi esposo y yo hacíamos mandilitos en la casa, que luego él vendía en los mercados. Así nos ganábamos la vida desde hacía 25 años... así sacamos adelante a nuestros seis hijos, todos los cuales son mayores de edad y tienen buenos oficios que les permiten ganarse la vida, exclamó.
Francisco García / Morelia
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