Y el mundo no deja de ser el mundo y los sueños no dejan de ser sueños. La gente no puede escapar a sí misma, las carreteras definen sus acompañantes y los orgullos son inamovibles. El ansia por enviar mailes incendiarios cede ante ante bendiciones de calma, cubetas que agitan el fuego diáfano de los sentimientos.
Las cosas ya no son lo que eran, eso es un hecho. He aprendido a a narrar mis historias, no solo a interpretarlas. El Cigala me toma la palabra con lágrimas negras, excepto por lo de sufrimiento y llanto, y lágrimas en sí. Tal vez podríamos dejarlo en "negras".
Ella cada día lanzará una nueva invitación, yo, temiendo anzuelos, esperaré una palabra sincera entre las palabras rebuscadas que pueblan su vocabulario, pero encontrarla pasa a ser su propia negación. Imágenes del Istmo de Tehuantepec cruzan mis ojos, carreteras malinterpretadas, pueblos con falta de ortografía, estaciones de radio rodeadas de palmeras en lenguas indígenas. Barcos carboneros que cargan almas perdidas, reclutas de la legión extranjera que han huido cientos de veces a su destino y de sus obligaciones. ¿quién espera algo de un villano de opereta con su delgado bigote y su sombrero de bombín?
Solo una persona honesta he conocido y, aunque duela, le tengo respeto por ello. Un complemento de la querencia traduce ilegiblemente mis sensaciones en palabras, unos y ceros dedicados a vencer orgullos y azotes, tratar de hablar puramente entre paredes somnolientas. La carretera rumbo a Tlayacapan ha marcado todos los días de mi vida. La escritura automática sigue el ritmo del piano ausente.
... A mí, que nada se me olvida...