Los atentados del 11 de septiembre de 2001 (comúnmente denominados como la 9/11 en el mundo anglosajón y el 11-S en España y Latinoamérica), fueron una serie de atentados suicidas que implicaron el secuestro de cuatro aviones de pasajeros por parte de 19 miembros de la red yihadista Al-Qaeda.
Se dividieron en cuatro grupos de secuestradores, cada uno de ellos con un piloto que se encargaría de conducir el avión una vez ya reducida la tripulación de la cabina. Los dos primeros aviones fueron el Vuelo 11 de American Airlines y el Vuelo 175 de United Airlines que fueron estrellados contra las torres gemelas del World Trade Center, un avión contra cada torre, haciendo que ambas se derrumbaran en las dos horas siguientes.
El tercer avión secuestrado fue el Vuelo 77 de American Airlines que impactó contra la esquina del Pentágono en Virginia. El cuarto avión, que fue el Vuelo 93 de United Airlines, no alcanzó ningún objetivo ya que los pasajeros y tripulantes intentaron recuperar el control y, debido a eso, se estrelló en un campo abierto, en Shanksville, Pensilvania.
Aparte de los 19 secuestradores hubo unas 2.973 personas fallecidas confirmadas y unas 24 continúan desaparecidas como consecuencia de los dichos atentados.
Este atentado se caracterizó por el empleo de aviones como armamento, creando una situación de temor mayor en todo el mundo occidental y dando comienzo a la Guerra contra el terrorismo. Los atentados del 11 de septiembre del 2001 fueron descritos por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas como "horrendos ataques terroristas". (Atentados del 11 de septiembre de 2001. (2008, 18) de septiembre. Wikipedia, La enciclopedia libre. Fecha de consulta: 17:23, septiembre 16, 2008)
Podemos asegurar que los ataques perpetrados el 11 de septiembre de 2001 contra las torres gemelas en Nueva York marcan el final del siglo XX con respecto tanto a la política, ideología y sociedad de la misma manera en la que establecen el inicio del periodo de trancisión hacia lo que podemos llamar el pequeño siglo XXI, según la terminología de Hobsbawm. La importancia de este hecho es inapelable para cualquiera que desee estudiar en perspectiva el escenario de la humanidad tanto inmediatamente previo a este hecho como el consecuente.
Si bien el siglo XX fue un periodo en donde el honor de la guerra se perdió y en su lugar se pasó al precepto de la aniquilación total, existió un equilibrio de fuerzas posibilitado por la idea del estado-nación que logró que se evadiera de manera exitosa ese riesgo; el salvajismo de la guerra del siglo XX hizo preferible evitar por completo evitarla. La caída de la URSS -una de las dos superpotencias existentes de ese siglo- dejó paso a un vacío de poder que define el principio de la agonía de su época. Al solo existir una superpotencia el equilibrio se trastocó, pues comenzaron practicas hegemónicas dignas de quien no teme represalias, de quien se siente con el poder supremo en la mano.
Por el otro lado, el vacío de poder del que ya hemos hablado se convirtió en una incubadora de movimientos que, si antes estaban controlados, ahora eran libres de desarrollar ideologías propias y aplicarlas en un margen de acción bastante más amplio de lo lo estaban acostumbrados. Entonces tenemos una mala combinación: un bully, dispuesto a abusar de los que se encuentran a su alrededor, junto con una turba sin control, donde la inteligencia de masas -como siempre- es bastante menor que la inteligencia individual.
Durante diez años el mundo soportó esta situación, hasta el 11 de septiembre, de 2001, cuando esta turba -furiosa- hizo sentir su poder de una manera... digna de una turba.
El ataque del que estamos hablando entonces marcó de manera muy clara el inicio -o la conclusión- de una serie de cambios con respecto las relaciones internacionales, así como a la manera en la que la gente de a pie vive sus vidas:
Las guerras ya no son entre estados-nación. El debilitamiento de este concepto a lo largo de las décadas de los 80's y 90's desencadenó en el reconocimiento ipso-facto de grupos subversivos sin localización territorial como sociedades independientes y a las que se es capaz de declarar amistad o la guerra. Esto corre, de manera curiosa, paralelamente con la existencia y el estado de las corporaciones multinacionales contemporáneas, siendo estas prácticamente iguales a las anteriores en su conformación.
La guerra, tal vez por primera vez en la historia, se convierte en una guerra completamente ideológica -sobre todo en sus primeros momentos- carente de sentido estratégico o retributor alguno. Aunque algunos llaman al S.XX el siglo de las ideologías, el S.XXI será el siglo de las ideologías encabronadas.
Se crea un estado de guerra permanente sin importar el lugar en donde esta sea; los ataques terroristas no respetan fronteras o campos de combate.; Estos pueden ser a cualquier hora, en cualquier lugar, sin previo aviso. El estado permanente de guerra afecta tanto a la economía como a la psique colectiva, pues se crea al mismo tiempo una economía de guerra permanente (donde se aumenta de manera ridícula el gasto en todos los rubros de la seguridad al no existir una amenaza clara) y se vive con un estado de alerta continuo.
La guerra vuelve su cara en contra de la población civil y no solo en contra de una estructura gubernamental, pues todos los civiles son posibles miembros del bando enemigo, pero ninguno lo es con certeza; disparar con escopeta entonces se vuelve más redituable.
La existencia de solo una superpotencia -que por más super que sea no es omnipotente- por un lado vuelve imposible el control de todas las variables necesarias para la no-proliferación de radicalismos y por el otro concentra los odios de todos los inconformes con algo, incluso de aquellos cuya mano no alcanza fácilmente, creando así, un descontento generalizado.
El miedo permanente conduce a un estado de shock (Naomi Klain, 2005) donde las sociedades están dispuestas a asumir estados de excepción a cambio de sentirse más seguras. Esto minará la democracia parlamentaria a lo largo de la primera mitad del siglo XXI, llevándonos así a despotismos que, Ilustrados o no, actuarán sin el consenso popular.
Para la segunda mitad, los estados-nación serán tan débiles que los dueños del capital habrán establecido una plutocracia y entraremos en un periodo de guerras similar al vivido la primera mitad del siglo XX, donde se buscará establecer el nuevo orden mundial. Entonces, si la humanidad sabe manejar las riendas de su destino de una manera sabia, habrá un resurgimiento de la democracia, pero ahora basada en el desarrollo tecnológico y no en sistemas representativos, lo que restringirá el interés de participación a las cuestiones que le son inmediatas a los ciudadanos, dejando así libertad suficiente a los líderes de la sociedad para actuar, sin regulación expresamente creada para ello, en una serie de aspectos relativos sobretodo a la política exterior y la gestión de mercados. Esta la llamaré masivocracia.
Así, el 9/11 es un parteaguas de lo que será tanto la historia como la economía y la organización social del siglo XXI.