Una vez más, como cada 37 días, la sangre corría sin contratiempos escalera abajo. Y yo, viendo aquél cadáver que cada treintaysiete días aparece en el pasillo, en mi mente con la mirada fija viendo hacia el vacío del techo... las paredes manchadas por el crímen justificado... gota a gota el rencor se desvanece, corre escaleras abajo.
¿quíen es el muerto? Nadíe. Nunca he podido saber su identidad ni que tiene que hacer en mi vida, en mí pasillo colgado del barandal. Sus ropas blancas no tienen nada que lo distinga, son prendas inocuas que no me llevan a ningún lugar. ¿enfermero? ¿loco? ¿Cura? Mi pasillo se llena de un resplandor obsceno, una luz putrefacta que evoca oscuros sentimientos y muertes prematuras. Años perdídos.
Lo que más me preocupa es la cotideanidad con la que el cadaver és. Casi como parte del mobiliario toco su carne fría y viscosa y su decadente olor no me molesta en demasía, parte integral de mi pasillo. Lo ignoro. Dejo que se harte, se levante y se vaya a buscar alguien a quien soprprender, quien le importe que un muerto está al pie de su escalera. Se levanta, se despide, sale por la puerta. Lo acompaño y regreso a la computadora, a escribir para el blog.
Solo que, pasados 37 días, regresa. Me acusa una vez más de ser yo y se tira sobre mi barandal, como si de eso dependiera su no-vida. Mira al vacío, yo siento su mirada sobre mí aunque estoy conciente de que yo no soy el vacío que él mira. Y no dejo de escribir, a pesar de que sus cuencas abiertas sí me incomodan.
Necesito un nombre ¿quién es el cadáver? Necesito un teléfono, una dirección, no lo sé... en el Servicio forense no han querído atenderme.
Observo el cuerpo despedirse, sale por la puerta. Regresará. Mientras tanto tengo relativa tranquilidad.
Debería de quitarle su juego de llaves... o comprar nuevas cerraduras....