cronicas de un mundo sin dioses aparentes

No me mires a los ojos....

No hay que mirarnos a los ojos, qué tal si se nos llenan de lágrimas. No, olvídalo. Tengo una mejor idea: tu volteas la cara hacia la pared mientras yo me voy yendo, y una vez desde la puerta te grito, tu volteas la cabeza y me ves decirte adiós con la mano desde lejos. ¿Qué? ¿Porqué me miras así? ¿No te parece? Bueno, entonces. Dejémoslo así. O... ya sé. Tu sales a caminar, te vas de aquí a casa de tu madre, le haces una visita corta, y así cuando regreses yo ya me fui. Tal vez pueda dejarte un adiós de papel para que no me olvides.. ¿o una foto? Mira, escúchame, no pongas esa cara. No vamos a volver a discutir, la decisión está tomada. Y sí, sabes que yo también te voy a extrañar. No me hagas sentir culpable, no ahora. Ya habíamos acordado que las cosas serían así, y si te vas a poner así lo mejor entonces será que te quedes mirándome en donde estás, diciendo todo eso que dices. Yo empacaré como si fuera sorda y estuviera sola en la habitación. Al terminar iré a darte un beso, sin mirarte a los ojos por supuesto, y sin decir una palabra. Así tiene que ser, mi vida. Perdona. Nunca olvides que te quiero.

Terminando de hablar, con el silencio encajado en el pecho, empacó tal y como dijo. Se acercó después a donde él estaba parado y sin mirarlo le dió un beso lleno de recuerdos, para voltearse después y caminar hacia la puerta.
La imagen de la esbelta figura de ella en el marco de la puerta, antes de partir, se le quedo a él en el corazón como una capa de hielo, una delgada capa de hielo que se le deshizo y evaporó con el calor de las tantas mujeres que pasaron después por su vida.